jueves, 5 de abril de 2012

Reseña de: Ladrones: Historia social y cultural del robo en Chile, 1870-1920

Hace algunos meses, Daniel Palma Alvarado, miembro de la REDHHDA, publicó su trabajo Ladrones: Historia social y cultural del robo en Chile, 1870-1920, Santiago de Chile, Lom Ediciones, 2011. He aquí una reseña hecha a su investigación:




El estudio realizado por Daniel Palma en torno al robo en Chile, es un aporte importante al desarrollo de la historia social, notable por su temeridad a la hora de comprender la textura que forman los acontecimientos históricos desde el punto de vista de los discursos que los representan. Eso lo vuelve un texto tan productivo de leer si se buscan datos históricos precisos de un horizonte en el pasado, como problemático a la hora de generar una reflexión metahistórica al respecto.
    El autor se concentra en un período específico de la historia de Chile (1870-1920), en virtud de una razón -entre otras-bastante importante, que sólo se devela al final del texto: Palma señala que ese período es el único realmente comparable al del Chile contemporáneo, dado el énfasis liberal con que se desenvuelve el estado chileno durante esa etapa. El período objeto de estudio está caracterizado por la definición liberal de la gubernamentalidad y el auge del salitre, mientras que el actual está determinado por la instalación más o menos integral del capitalismo neoliberal. En cualquier caso, el punto a resaltar es la manera en que la delincuencia domina la opinión pública y atraviesa a todos los estamentos sociales durante estos períodos liberales. Al revés, entre 1932 y 1973, la hegemonía de otras formas de gobierno y otras formas de concebir el rol del estado, transforman la delincuencia y la manera en que la sociedad observa este fenómeno; estrictamente, en los años que aludimos, hay una disminución notable de la cultura del robo y la importancia pública que la sociedad le concede tiende a desaparecer.
    No es el caso, entonces, de un período liberal como el de 1870-1920, cuando la cultura del robo protagonizó la esfera pública, llenando el contenido de los discursos sociales, políticos, periodísticos y populares. Según Palma, desde ese punto de vista, parece que el tiempo en Chile se hubiera detenido, pues los titulares, los miedos, las técnicas delictivas, la propia imagen de la cultura nacional aparecen y reaparecen en estos dos períodos liberales del estado chileno como escritos por la misma pluma. El lector contemporáneo podrá confirmar eso sin mayor esfuerzo, gracias a los variados ejemplos que toma el autor de discursos del período, en cuyo seno opera una lógica social no muy distinta a la actual.
    Esta trama interpretativa se consolida una vez que el lector va recorriendo el texto y se sumerge en un archivo profuso de imágenes, versos, opiniones, titulares, sentencias, confesiones. Al inicio del libro, se bosquejan los fundamentos de la tesis del autor, desenrollando la cuestión del sensacionalismo a partir de una ‘cultura del robo’ en el discurso popular y periodístico. Basándose en un complejo y numeroso grupo de discursos, Palma da curso a su relato histórico bien sentado sobre sus conjeturas.
    El autor inicia el análisis histórico en tanto cartografía social del robo y, para ello, dirige su mirada hacia el campo chileno. El campo chileno del siglo XIX fue cuna de muchos grupos de bandidos que operaban generalmente armados de carabinas y chocos. Bengoa los recupera principalmente como hombres libres, indómitos desde el punto de vista laboral, prófugos permanentes del orden social, por lo cual también son vistos como la base social del roto chileno y, en algunas ocasiones, del sujeto histórico popular de la revuelta. Palma sigue esta caracterización y elabora un sofisticado retrato de estos bandidos, analizando el modus operandi al momento de robar, sus ubicaciones y cofradías, sus relaciones con las víctimas y la percepción que tuvo de ellos la comunidad donde pertenecían. Se enfoca también en aquellos individuos que sobresalían dentro de la cultura del crimen; tal es el caso del Huaso Raimundo, en quien el autor observa atentamente los tropos con que se construye la figura mítica del ladrón y salteador, siendo capaz también de reconstruir la fisonomía social que habita la periferia de este tipo de antihéroe. Es valiosa la manera en que Palma es capaz de individualizar históricamente a determinados hombres y mujeres, incluso dentro de un relato histórico cuyo énfasis es el tejido social de los acontecimientos. Gracias a ello, asimismo, el autor capta con precisión la manera en que se va a operar el ‘castigo’ durante esta época, a saber, dificultosamente, habida cuenta la irregularidad con que la justifica actuó para capturar, retener y rehabilitar a determinados individuos, situación igualmente visible en el Chile contemporáneo. Al mismo tiempo, el hecho de individualizar a los ladrones, sumergiéndose en sus biografías, es un gesto ideológico del autor: en ningún caso, el bandidaje puede ser reducido a base del sujeto revolucionario; las comunidades de ladrones no son boquejos de los colectivos políticos, por mucho que la lucha por la supervivencia de los grupos populares sea equivalente en otro nivel a la lucha por el poder político.
    Enseguida, el autor estudia la historia social del robo dentro de las ciudades, recomponiendo la textura social del robo urbano de manera integral: los patraqueos, huaraqueos, monreos, estafas, cuentos del tío, mujeres araña, garitos y otras tantas variaciones del robo y la delincuencia aparecen en estos pasajes como un denso bosque de especies y ecosistemas tan distintos como interconectados. Para dar a entender el fenómeno en su precisa dimensión, Palma analiza la manera en que la ciudad se organiza, se divide, se ilumina o se oscurece, sumergiéndose así en una espesa trama social que considera a los victimarios y víctimas, reducidores y redes de protección, policías y jueces como partes de un mismo y complejo escenario histórico. De la misma forma, el autor desglosa la cotidianidad de los ladrones, dando cuenta de su intimidad tanto espacial como temporal. Las armas, herramientas, códigos, vestimentas, gestos repetidos de los ladrones no están excluidos del trabajo de Palma en este ámbito.
    Desde un principio, Palma es claro en afirmar que la delincuencia no fue exclusiva de las clases más empobrecidas del país. La razón para utilizar el término ‘cultura del robo’ proviene de esta premisa: también la clase comerciante, la pequeña burguesía y la oligarquía estuvieron implicadas en prácticas delictivas que abarcaron la estafa, la corruptela, la coima, la falsificación, la usura. En relación a esta última variante, Palma es brillante al momento de recuperar discursos públicos que denunciaban a los dirigentes políticos y económicos en cuanto a sus prácticas. Notará el lector con crispación cómo los mismos ‘dueños de Chile’ activos en la actualidad (las familias Matte, Edwards, entre otros) fueron objeto de repulsión social en aquella época debido a sus malas prácticas financieras y sociales, las que incluían la explotación, la usura y la impunidad. Así, esta historia del robo en Chile es, en lo que respecta a la aristocracia y la oligarquía, la historia de la acumulación capitalista en Chile, el recuento de sus malas prácticas, la revelación de cómo hicieron su dinero en Chile los mercaderes y empresarios que, en uno u otro tiempo, han dominado la economía nacional.
    Acerca de la impunidad, Palma discurre ampliamente. La impunidad de los ‘ladrones de levita’ es, por supuesto, obvia, y responde a la coima y a la venia de la autoridad social. Pero la idea de precariedad social, cuya consecuencia es la impunidad, genera otras redes. Los ‘ladrones de oficio’ fueron, al menos parte, consecuencia de esta precariedad judicial. Los numerosos arrestos de algunos ladrones no impidieron que se convirtieran en profesionales; al mismo tiempo, la apelación por ese término fue producto de un más profundo análisis de los delincuentes por parte del sistema judicial, médico y político; y, a pesar de ese sesgo positivista, la cultura del robo siguió arraigándose en una sociedad transversalmente afectada por prácticas delictivas. Por este motivo, no fueron pocas las ocasiones en que la opinión pública se manifestó a favor de penas más duras, incluyendo un debate por la pena de muerte. A partir de allí, se inicia una discusión acerca del sistema carcelario y de la imaginación que construye al ladrón popular como un símbolo de la desigualdad social, sobre todo si se contrasta con el ‘ladrón de levita’ o ladrón de aristocracia.
    Estos son los temas que, en general, toca la obra de Palma. Sin duda que hay más valiosas cualidades en su texto, por ejemplo: las comparaciones que realiza con la cultura del robo en otros países latinoamericanos, principalmente Perú, México y Argentina; o la cuantiosa recuperación de periódicos tanto hegemónicos como subalternos. Sus opiniones siempre están fundadas en archivos policiales y judiciales de ciudades importantes o pequeños poblados, o en confesiones de criminales y versos populares, lo cual hace de su trabajo de investigación un objeto que genera diversas reacciones y muchas preguntas.
    Una de esas preguntas está enclavada, de hecho, en el uso del archivo que hace Palma. No es un uso frío, burocrático, al contrario, es una utilización abierta, imprevisible, pero que constantemente realiza una acción narrativa: imaginar una cultura, una práctica estructural, una opinión social o una sociedad, incluso. En ese sentido, no se sabe si el autor es ingenuo o consciente del tipo de historia social que urde. El libro acusa pleno recibo de las vicisitudes metahistóricas, sobre todo al momento de generar la trama narrativa a partir de un emplotment un tanto cómico, mas no se sabe si el autor se expone concientemente a un juego literario capaz de, con harta verosimilitud, reconstruir una práctica o una mitología, o si, heroicamente, intenta hacer historia para cristalizarla en la contingencia política de una nación. No se sabe, pero, en cualquier caso, Palma estaría dando lo mejor de sí.

Sebastián Figueroa
Universidad Austral de Chile.
Revista Austral de Ciencias Sociales 18: 137-141, 2010.

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